Transcurridos nueve años desde su retiro, aún tiene presente el homenaje que le hizo la Universidad en 2005. “Creían que me iba a morir, pero los engañé a todos y aquí estoy todavía”, dice en referencia a una enfermedad autoinmune que lo ha afectado hace más de 20 años y que ha logrado mantener bajo control gracias a la medicina oriental y a la tradicional. La siguiente entrevista es un testimonio entregado hace dos años por el Profesor Saavedra y publicado, por primera vez de forma íntegra. Agradecemos al protagonista de este registro, no solo por permitir hoy a Beauchef Magazine dar a conocer estas impresiones, sino especialmente, por habernos ayudado a dar cuenta de su historia. T oda una vida dedicada a la academia deja su marca y la del Profesor Emérito de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, Igor Saavedra, no es una excepción. Desde su ingreso a Beauchef como estudiante de Ingeniería Eléctrica en 1949 hasta su alejamiento definitivo en 2003, su trayectoria no es algo que pueda ser tomado a la ligera. “Siento que, en este país, tratar de hacer ciencia y cambiar la cultura es algo que puede costar la vida”, dice al recordar su paso de más de cinco décadas por la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Usted comenzó a estudiar en Beauchef cuando tenía 16 años. ¿Cómo recuerda esa primera etapa? Nunca pensé en ser ingeniero, para empezar. Yo quería ser escritor, pero mi madre quería que su hijo tuviera una profesión socialmente establecida como Medicina, Derecho o Ingeniería. Escogí Ingeniería porque me gustaba mucho el viaducto sobre el río Malleco. Encontraba que era una maravilla. Además, desde niño me gustaba un futbolista que era estudiante de Ingeniería —y más tarde, descubridor del petróleo en Magallanes—, Eduardo Simián. Lo había visto en un clásico universitario disfrazado de pulpo y colgándose de un arco de fútbol. “Los ingenieros se entretienen, hacen circo y, además, cosas tan maravillosas como los puentes, pensé en ese entonces”. Una vez en Ingeniería descubrí la belleza de las Matemáticas y me deslumbró el Cálculo Diferencial. Más adelante aprendí que la Matemática es el lenguaje apropiado para describir los fenómenos físicos y eso me produjo un asombro que siento hasta hoy. Supongo que de ahí nació lo que sería mi vocación por la Física Teórica, la que se superpuso con mi incipiente vocación de escritor. testigo de la irrupción de un nuevo dispositivo electrónico llamado transistor que cambiaría radicalmente la tecnología y reemplazaría a las válvulas (o tubos) de vacío (o gas). Por lo tanto, había que abandonar el curso tradicional que él dictaba y cambiarlo por uno que incorporara los transistores como elemento central. Sin embargo, aparecía un problema mayúsculo: nadie en Chile sabía de transistores porque se acababan de inventar. Más encima, la Física Cuántica que daba origen a los transistores también era desconocida en el país, a pesar de haber sido inventada 30 años antes y de haber reemplazado a la Física Newtoniana. El profesor tenía una solución: que yo dictara ese nuevo curso. Había traído desde Estados Unidos un libro escrito por los inventores del transistor que describía tanto sus fundamentos físicos (cuánticos) como sus aplicaciones como elemento de circuito. Tendría un mes para empezar a leerlo y preparar las clases durante el cual él resumiría su curso tradicional. De ahí para adelante él sería mi alumno junto con mis compañeros de curso por el resto del año. De la Ingeniería pasó a la docencia Claro que sí. Fue mi debut como profesor enseñando materias en la frontera científico tecnológica de ese momento. Por cierto, eso también creó en mí un impulso que luego se tornó en necesidad vital: adentrarme en ese mundo nuevo, extraño, ajeno a todas las intuiciones de nuestra vida diaria que nos empezaba a mostrar la Física Cuántica. Sin ninguna duda, ese fue uno de los momentos determinantes de mi vida profesional. Paralelamente, y además de ser alumno regular de sexto año de Ingeniería, era ayudante de las cátedras de Mecánica Racional (para cuarto y quinto año) que dictaba el Profesor Arturo Arias, uno de los grandes personajes de la Escuela de Ingeniería de ese tiempo y uno de mis primeros maestros. Un día me llamó para contarme que el entonces Rector, Juan Gómez Millas, quería que se hiciera investigación de alto nivel en Física y Matemáticas en nuestra facultad y me pidió que le sugiriera nombres de alumnos destacados en proceso de egreso o recién egresados, entre los cuales él pudiera elegir algunos para invitarlos a unirse a este ¿Cómo llegó a la Física Teórica? En mi última práctica de vacaciones, antes de entrar a sexto año de Ingeniería Eléctrica, trabajé como “cuasi ingeniero” en la Central Cipreses que estaba en construcción y me encantó. Decidí que, después de todo, trabajaría profesionalmente como ingeniero. Sin embargo, al volver a la Escuela, el profesor de Electrónica me contó que venía llegando de Estados Unidos y que allá había sido 55