Fábula de 3 Pueblos
Angelo Guevara
En un lejano rincón del mundo, de cuyo nombre prefiero olvidarme, tres pequeños pueblos acababan de elegir sus alcaldes: Radul, Sadul y Abedul. Estos flamantes gobernantes, llenos de buenas intenciones, prometieron otorgar las bendiciones del cielo a sus electores y, sabiendo que el principal problema era el riego de sus cultivos, no dudaron en poner todos sus ímpetus en esta dirección.
Radul, el hacedor, el primer día de su gobierno anunció la construcción de un sistema de acueductos que, al más puro estilo romano, solucionarían el problema. La idea, dibujada en un croquis escolar por la transnacional Aqueductum, haría serpentear por la ciudad modernas estructuras que permitirían otorgar directamente el agua hasta la más mísera chacra. Al cabo de seis años, gastado todo el presupuesto y habiendo hipotecado hasta el alma del pueblo a Aqueductum, sólo alcanzó a levantarse la faraónica obra símbolo: un descomunal puente que permitiría llevar el agua desde un lago seco hasta el centro del pueblo (donde las chacras habían desaparecido hace años). Sin deprimirse, Radul logro salir reelecto bajo el lema "Nadie tropieza dos veces con la misma piedra".
Sadul, el fraternal, a pesar de que le explicaron que lo más conveniente era partir por restringir el consumo para las piletas, para no importunar a los pileteros ordenó rehacer los estudios de manera que recomendaran otra cosa. Ante sus negativos resultados, cambió a sus asesores y ordenó nuevos estudios que recién estuvieron listos cuando dejaba el gobierno, por lo que apresuradamente ordenó una postergada medida que, a pesar de apuntar en el sentido correcto, no estaba completamente estudiada: tapar con plásticos las piletas para evitar la evaporación. A los pocos meses, la gente del pueblo "arremangó" los plásticos, dejando la situación en un estado peor que el inicial: el consumo era el mismo y las piletas se veían feas. Deprimido, Sadul no salió reelecto y se dedicó a cultivar su pasión por las estampillas.
Abedul, el pragmático, revisó personalmente los estudios y a partir de ellos dio órdenes para reducir el consumo de piletas y piscinas, destinar recursos a la tecnificación del riego y construir un pequeño canal que uniera el lado "verde" con el lado "seco" del pueblo, todo lo cual logró mejorar las condiciones de riego sustancialmente. Cada paso que dio se sustentó en estudios complementarios que permitieron afinar las ideas fuerza que se tenían. No le importó la oposición de los pileteros, ni los piscineros y ni siquiera se ofendió cuando las chacreros (dueños de pequeñas chacras favorecidos por sus programas) lo llamaron "tacaño aborigen tercemundista" en una encuesta de opinión, debido a que se negó a requerir los servicios de Aqueductum. Resignado, Abedul no salió reelecto, se enemistó con los pileteros, piscineros y chacreros y hasta tuvo que mudarse al pueblo de su amigo Radul, porque no dejaban de molestar a su hijo en colegio llamándolo "taca-taca".
Treinta años más tarde, el antiguo pueblo de Abedul, que gozaba de una mejor situación gracias a su eficiente sistema de riego, exportaba su producción a los pueblos vecinos, los cuales, eternamente agradecidos, construyeron hermosas estatuas que recordaban a aquel sabio gobernante olvidado por su pueblo: Abedul.
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