La Cuchara de Palo
Una histoia repetida


Imagínese una voz femenina tratando de alzarse en un barullo infantil: "Ya niños, ahora la tarea para la casa... traer una cuchara de palo, tres cáncamos abiertos, lana, dos botones y treinta centímetros de cinta"... Allí, en sus recuerdos de infancia la va a encontrar, y si tiene buena memoria vendrá acompañada de algún otro sonido melancólico como el de la tiza resbalando desgarradora sobre la pizarra.

Hace unos veinte años me tocó a mi por primera vez, pero la famosa cuchara-de-palo-con-cáncamos para colgar los paños de cocina la debo haber hecho unas cuatro o cinco veces durante mi enseñanza básica, todas para regalar a la madre en su día, bien envuelta en papel celofán.

Mi madre trabajaba en una oficina, así es que el mentado regalo lo tomaba la nana y, viendo que ya era tiempo de cambiar la vieja cuchara de cocina, sometía al simpático colgador a las torturas más terribles: le sacaba los ojos de botones, los cuales iban a parar al costurero, luego le tiraba el pelo de lana, la corbatita y los cáncamos. Un buen raspaje con la virutilla y... ¡al caldo hirviendo!

Pero más que detenerme en esta singular valoración de lo práctico en las expresiones del arte, o criticar la sistematización de los regalos a una diversidad de mujeres encasilladas dentro del sustantivo madre, o el machismo explícito de regalar utensilios de cocina a una mujer, o la responsabilidad de validar el machismo en la etapa en que los niños están mirando por primera vez el mundo, quiero en realidad referirme a la capacidad de percibir los cambios de la ciudad, utilizando como pivote a nuestra protagonista: la cuchara-de-palo-con-cáncamos.

Evocando mi infancia, recuerdo que caminaba no más de un par de cuadras hasta el colegio, y si me faltaba algo para el trabajo de artes plásticas, podía detenerme en el bazar de la esquina, donde encontraba toda clase de lápices, cartulinas, pegamentos... y la cuchara y los cáncamos (of course). Y si me faltaba algo, podía contar con la ferretería de enfrente y la feria de los viernes.

Veinte años después me encuentro con la cuchara desde otro perfil. ¿Le ha llegado a usted una comunicación del colegio de su hijo pidiéndole los materiales para hacer un regalo para el día de la madre, dentro de los cuales se menciona una cuchara de palo? A mí sí, y permítame el lujo de detallar un viaje distinto, motivado por un requerimiento similar al de hace años.

Para encontrar los ojitos y la cinta, me dirigí a la tradicional calle Rosas, totalmente accesible caminando desde el centro, aunque debo confesar que me sentí algo incómodo haciendo equilibrio sobre el escaso metro de vereda, virtualmente confinado entre el muro por un lado y los buses por el otro. Pero encontré fácilmente los productos.

Supuse que en un supermercado grande encontraría el resto de mis encargos así es que me metí a las tripas de la ciudad por Santa Ana y -transbordo mediante- salí por Pila del Ganso, al Líder. Pasando las lechugas, los canastos, los botes y los refrigeradores, llegué a las ollas y, finalmente, a las cucharas de palo. Tomé una y me fui a los cáncamos que sólo encontré en versión "cerrados-pero-ya-los-abriré-con-un-alicate-en-la-casa". Para matizar la ocasión, la cajera me pidió que fuese a cambiar la cuchara porque justo esa no tenía el papelito con el código. ¡Qué diablos! Vamos a buscar otra, ¿por dónde era?, aquí, listo... y ahora, ¿dónde dejé la llave del casillero de custodia?

Ya en la micro camino a casa, en aquella postura en la que estamos acostumbrados a mirarnos hacia adentro y reflexionar un par de horas al día (vibrando de pie colgado del pasamanos), pensaba en cuántas veces nos toca renunciar a ciertas actividades sólo por la dificultad que tiene el realizarlas en esta ciudad dinámica. ¿Es la evolución de la ciudad la que condiciona el cambio de las actividades? ¿Es al revés? ¿Son ambas? En el caso de la cuchara de palo -y posiblemente otros trabajos manuales ideados para hacerse con elementos antes fáciles de recolectar más que comprar- es la ciudad la que cierra el paso a la permanencia de la cuchara en el tiempo. Tal vez en dos años el adminículo sea eliminado del programa y el regalo sea reemplazado por algún colgajo del "todo a mil" que tanto éxito tiene en el mol.

Cada día escogemos darle la espalda a lo romántico de la continuidad de las tradiciones. Estamos a favor de la eficiencia y de la evolución de la ciudad en esa línea. Incluimos nuevas actividades al quehacer cotidiano y pedimos a las los agentes inmobiliarios y a las autoridades infraestructura y servicios para no colapsar. Así la ciudad evoluciona y condiciona las posibilidades de realizar otras actividades, dentro de las cuales seguramente no se encuentran aquellas de hace veinte años, o las más antiguas, que agonizan buscan un tiempo para ser relatadas por abuelo nostálgico o para ser leídas bajo el título de "nuestra identidad" en libros de folklore que nos parecen distantes y ajenos.