Tratando de Recordar

Escrito el 11 de septiembre de 2002 en base a mis notas de aquellos momentos.
La memoria tuerce y cambia el orden de las cosas. Espero ser fiel a los hechos que viví.

El comienzo del fin

El martes 11 de septiembre de 1973 estaba nublado, yo ya era profesor desde hace algunos años. Temprano un amigo y colega (Armando Cisternas) de facultad me telefoneó para avisarme que algo feo estaba sucediendo. Nos veríamos en la facultad y si venía un intento de golpe nos tomaríamos la facultad al igual como todo el mundo lo haría en su puesto de trabajo.

El día anterior había estado en una reunión en Conicyt donde se debía discutir la forma de asignar ciertos fondos. Sin embargo el ambiente era tan tenso ya el día 10, que prácticamente no se habló del tema que nos reunía, sino de la situación política del momento. Ese día también estaba atracando, en Valparaíso, la flota norteamericana de operaciones Unitas.

En esos días solíamos tener, entre mis colegas, conversaciones acaloradas de política, pero todo dentro de un ambiente académico muy civilizado. Tener posiciones muy diferentes no nos impedía almorzar juntos.

Camino a la facultad noté que ese martes las calles estaban ligéramente más despejadas de lo usual. Pude estacionar mi citroneta en Av. Blanco Encalada sin los problemas usuales. El juego de pelota en la cancha transcurría como en cualquier día. Había reuniones de algunos dirigentes locales y se nos pidió que estuviéramos atentos a quiénes estaban dentro del recinto de la facultad. Un par fuimos a hablar con el Decano para comunicarle que estábamos iniciando una toma. Lo único que recuerdo de esa reunión fue que nos dijo, no hagan tal, conozco a los militares y les puede ir muy mal. Luego nos repartimos los edificios para que nos hiciéramos responsables que estuvieran bien cerrados hacia la calle y sobre quién estaba en qué lugar.

Esa era la teoría. Ni en nuestras peores pesadillas habíamos imaginado que vendría lo que sucedió en las horas y días siguientes. Había algunas personas que tenían radio portátil y, en lugar de hacer trabajo alguno de vigilancia, todos tratábamos de escuchar lo que estaba ocurriendo. Se hizo los primeros anuncios de que La Moneda iba a ser bombardeada si no era desalojada. En ese momento no resultaba claro si esas eran meras palabras o amenazas de verdad. También se anunció que a partir del medio día habría "toque de queda", es decir, prohibición absoluta de circular por las calles. Más tarde la hora de "toque" se movió a las 3pm.

Desde lo más alto de Física mirábamos hacia el regimiento Tacna. Sabíamos que estaba herméticamente cerrado y nadie había salido de ahí desde al menos las 9 de la mañana. De vez en cuando se sentían disparos que nos dieron la impresión que venían de su interior. ¿Que sucedió ahí? Aun no lo sé. Algo semejante parece que ocurría con el regimiento blindado que estaba entre Blanco y la Alameda. Bastante más tarde, sin embargo, comenzaron a salir patrullas armadas, tanques por Blanco hacia el poniente y muchos camiones llenos de soldados, también hacia el poniente. Bajé, y moví mi citroneta a la calle Carrera ya que un par de meses antes, en un levantamiento frustrado, los tanques habían despedazado algunos autos que estaban en el camino.

En esa época no había tantos edificios en nuestro sector de Santiago de modo que, aunque desde el tercer piso de Física no se veía la casa de gobierno, se podía ver todos los edicios más altos circundantes a La Moneda.

Un avión de alas más largas de lo usual sobrevolaba lentamente a baja altura haciendo círculos por sobre la torre de comunicaciones de Santiago (la torre Entel).

De vez en cuando sentíamos disparos desde distintos lados, pero lejanos e incluso pudimos distinguir nubecillas que salían tal vez desde las ventanas del Ministerio de Defensa.

Desde el tercer piso de Física pudimos ver los primeros sobrevuelos de los aviones de guerra con sus cohetes. Venían desde el norte, picaban hacia La Moneda y luego tomaban altura nuevamente. Cuando el primer avión soltó su par de cohetes pudimos ver claramente las estelas de humo hacia La Moneda y algunos segundos después los vidrios de nuestras ventanas vibraron. El avión lento de alas largas se había ido. Comenzó a salir humo oscuro que se levantaba lentamente desde la casa de gobierno.

Poco a poco las radios proclives al gobierno comenzaron a cambiar de lado o dejaron de transmitir. Nos vinieron a decir que alguien en la facultad había captado una frecuencia de radio donde un piloto estaba preguntado por la ubicación de la antena de una radio emisora de la época. Informaba que ya había derribado las antenas tal y tal.

La radio que más estuvo en el aire fue la Magallanes. Allende habló a través de esa emisora. Fueron palabras muy inspiradas y conmovedoras. Claramente dijo, a su manera, que no saldría vivo de La Moneda.

Luego vino el segundo par de cohetes y nuestros vidrios vibraron con mayor intensidad. Eran varios los que en absoluto silencio mirábamos con incredulidad y zozobra lo que estaba ocurriendo. A mi lado poco a poco varios comenzaron a sollozar.

El tercer par de cohetes produjo una vibración aun mayor. Ciertamente que estaban usando cohetes de distinta capacidad. Al poco rato una columna de humo gris claro se elevaba desde La Moneda a gran velocidad, lo que indicaba temperatura muy alta.

Una jóven profesora de química no se pudo sostener en pié y continuó sollozando en el suelo muy pausadamente, hecha un ovillo, como si se estuviera apagando.

¿Qué hacer?

Bajé en busca de alguna indicación. La biblioteca estaba en el segundo piso y un grupo estaba tratando de llevarse nuestra fotocopiadora (eran bien pesadas en esa época). Para la resistencia me decían. Tuve que discutir largo con ellos y finalmente me dejaron regresar la máquina a su sitio y cerré lo mejor que pude. Después supe que se llevaron máquinas de escribir, material de escritorio y otras cosas.

Atravesaba el patio cuando se me acercó un pequeño grupo de funcionarios. Me pidieron que les escondiera sus carnet que los acreditaban como miembros del PC. Tomé el lote y regresé solo a nuestra biblioteca (siempre he tenido llaves de ella) y busqué un estante donde estaban unos pesados e inútiles informes nuclerares gringos de los años '50 que nunca nadie había mirado y, buscando no alterar el polvo que los acompañaba ni dejar huella de movimiento algunos, los coloqué detrás. En la primera oportunidad después del golpe me los pidieron y los arrojaron a una de las muchas misteriosas fogatas que había en los patios.

Hubo más reuniones y se acordó que ante este salvajismo no podíamos suicidarnos. No habría toma. No faltaba mucho para las tres de la tarde en que comenzaría el toque de queda y cada cual debía regresar a casa.

Camino a casa

Se había corrido la voz entre algunos amigos y conocidos que yo andaba en citroneta y se me unieron cuatro pasajeros. Más de los que razonablemente cabían. Blanco estaba vacío y a lo lejos se escuchaban muchos disparos desde diversas direcciones. Cuando puse el motor en marcha eran las tres en punto.

Uno de mis pasajeros me dijo que iba a Independencia (yo iba en dirección opuesta, hacia Providencia). Transamos en que no saldríamos a la Alameda y me fui por calles, para mi desconocidas, de nuestro sector sur hasta que calculamos que estábamos frente a Independencia y ahí lo dejé.

Luego regresamos hacia el oriente y cuando estábamos a muy pocas cuadras de la facultad, en la calle Copiapó, nos paró una patrulla militar. Mientras el cabo nos daba a gritos instrucciones de salir con las manos en alto, los conscriptos a su mando miraban para todos lados entre curiosos y nerviosos. Al parecer éramos su primera oportunidad de ser parte del golpe. Al darse cuenta de la distracción de sus pelados, con energía los conminó a apuntarnos y ahí estuvieron ellos con sus largas y viejas armas dirigidas a nosotros, mientras éramos puestos contra una pared, apoyados con las manos en alto, las piernas abiertas, y los pies distantes de la pared. Nos registraron el cuerpo, los bolsillos y la citroneta toda. Tratamos de ser muy neutros en nuestras reacciones. Cinco cuadras más allá otra patrulla e igual procedimiento. Lo que pude notar esta vez fue que algunos de los conscriptos estaban muy nerviosos y con cara de culpa. Los cabos al mando, en cambio, se mostraban duros y brutales, ¿era una máscara?. A partir de entonces evité toda calle de importancia y tan pronto veía una patrulla doblaba en la primera esquina y me alejaba.

Cuando ya había dejado a todo el mundo y doblé desde Eleodoro Yañez a Pedro de Valdivia hacia el sur ví, a cierta distancia, a muchos milicos y dos camiones atravesados deteniendo todo paso. Un oficial me hizo señas para que fuera a detenerme a donde él estaba, mientras otros uniformados me apuntaban desde la distancia. Mi calle estaba media cuadra antes de llegar a ellos y doblé, tan rápido como pude, me bajé y me sumergí en mi edificio. Estaba en casa.

La tarde y la noche

Vivía en un tercer piso con una muy amplia vista hacia el poniente. Tomé mi mapa de Santiago, lo clave en la mesa de comer en el punto donde se ubicaba mi edificio y lo roté alineándolo con la cumbre del San Cristobal. De ese modo sabía que lo tenía perfectamente bien orientado. Así es como pude estimar, por ejemplo, que los aviones que estaban picando y disparando, lo hacían contra sitios que estaban en la zona sur de Vicuña Mackena (que llamaban el cordón industrial en aquella época). Eran aviones más anticuados y pequeños que los que había visto sobre La Moneda. No había estelas de cohetes, de modo que sospecho que disparaban con ametralladoras de ala. Había ruido de disparos desde diversas direcciones y también se escuchaba una que otra explosión más fuerte de vez en cuando.

En algún momento de la noche comenzó una balacera que, por su intensidad y cercanía, pensé que era en la base de mi propio edificio. Sólo cuando me acerqué muy agachado a la ventana pude darme cuenta que estaban muy cerca pero al sur de mi edificio. Posiblemente era en una residencia que tenía la embajada de Cuba, en una pequeña calle lateral. Era allí donde, a mi llegada, había visto esos camiones atravesados.

Esa noche fui despertado por los gritos de mis vecinos, un matrimonio de periodistas de la agencia soviética de noticias Tass. Se los estaban llevando. Tenían un niño y lo que ella más gritaba era algo sobre su niño. A través de la pared común podía sentir carreras y un mueble pesado que se volcó.

Regreso al trabajo

El martes 12 había un cielo azul profundo, lo que me afectó mucho. Hubiese querido que estuviese más nublado que el día anterior. Ningún humano estaba permitido en las calles. Toque de queda de día completo. El primer día que se pudo salir a la calle (¿el 14?) solo se permitió circular por unas tres horas. En la puerta de mi departamento se apareció Marvin, un gringo que estaba en nuestro Departamento de Física. Venía a saber como estaba yo. Marvin era el típico hippy gringo (y físico), desgarbado, mal vestido, con melena y una desordenada y larga barba. Pues ese día estaba con el pelo y barba cuidadosamente recortados, terno azul y corbata. Él era parte de un grupo de gringos que habían venido a vivir el socialismo a la chilena. Usando el teléfono aun no había logrado retomar contacto con casi ninguno de su grupo. No tuvimos mucho rato para conversar pero fue muy refrescante verlo. Me pareció muy tranquilo.

No sé qué día posterior supe por la radio que nuestra facultad iniciaba actividades. Dicen que fue la primera unidad académica del país que lo hacía. Un par de personas me llamaron preguntándome con muchísimo temor qué debían hacer, que eran de militancia política conocida y que los tomarían presos tan pronto llegaran al trabajo. Ya se sabía de miles de detenidos por todos lados. Les aseguré que si los querían tomar los iban a detener en cualquier lado, en particular en su casa, y que lo mejor era presentarse al trabajo. Me ofrecí a que se vinieran conmigo, lo que hicimos. Nadie de la naciente dictadura los esperaba.

Me encerré en mi oficina tratando de concentrarme en mi trabajo. Nuestra secretaria me dijo que había retirado de mi oficina una serie de recortes de prensa que yo tenía. Los había arrojado a una de las hogueras. Angélica vino a preguntarme como estaba y sólo logré decirle que los bidones de agua destilada de su laboratorio ahora tenían agua potable porque pensé que los necesitaríamos para una larga toma.

El ambiente que percibí en mi entorno en esos primeros días en la facultad fue discreto. No supe de celebraciones ni persecuciones internas. Creo que dominó el respeto. Posiblemente influyó, sobre los que habían estado deseando un cambio brusco, que no se pudieron sentir identificados con los métodos brutales y sanguinarios que estaban usando los militares. Es cierto que hubo fiscales (eso fue en diciembre) que nos interrogaron a todos los que habíamos permanecido hasta último momento en la facultad el día del golpe, pero supongo que eso fue una imposición de más arriba y la investigación, hasta donde yo sé, no produjo resultados.

Yo sabía lo muy asustados que estaban muchos acá adentro, de modo que cuando se me notificó que había un libro donde se debía indicar la suma que se donaba para la "reconstrucción nacional" corrí escaleras abajo para estar entre los primeros y en forma muy destacada frente a mi nombre escribí "cero".

En los primeros días de reinicio del trabajo Marvin venía todo el tiempo a mi oficina y me contaba que con sus amigos aun no lograban ubicarlos a todos, que incluso habían estado en hospitales y la morgue. La última vez que lo ví entró a mi oficina con un semblante muy gris. Temblaba de pies a cabeza. Habían finalmente encontrado los cuerpos de dos de sus amigos en la morgue y cuando fueron a informar a su embajada, les dijeron que no esperaran protección alguna y que se fueran del país lo antes posible. Me dejó de regalo una hermosa brújula que usaba cuando hacía montañismo.

Patricio Cordero S.