Divertimento II

Poesía Aplicada (a la Física, por supuesto)

Después de abandonar las poesías de Juan Ramón Jiménez, dónde no encontré ninguna alusión interesante a un fenómeno físico, se me presentaron dos temas posibles para esas breves y nocturnas "lecturas intermitentes", por darles un nombre; buscar y leer poesías u obras de teatro con relación directa a la física o físicos. La primera opción fue considerada más simple y tuvo prioridad.

Empecé por buscar dos poemas vagamente recordados leídos en las clases de español, ¿castellano?, en quinto o sexto año de la secundaria. El más antiguo pertenece a Garcilaso de la Vega (1500-1536) y es el hermoso comienzo de la Canción V, titulada "A la flor del Gnido":

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son, que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento
.............

Debemos decir que este es un deseo imposible, pues la energía del sonido, y sobre todo el que emite una lira, no puede hacer tanto. Pero como la energía de una onda depende del cuadrado de la frecuencia, el ultrasonido sí ha hecho una gran contribución a la medicina, física y procesos industriales. Uno de los primeros aportes fue a la limpieza, obligando a toda partícula adherida a una superficie, por ejemplo, de un instrumento quirúrgico. Pero hay mucho más. En medicina, para diagnóstico (ecografía) y tratamiento (fisioterapia y sanación de heridas). En Física, para determinar constantes elásticas de materiales, estudiar movimiento de dislocaciones, etc. Y de las ondas de choque y explosiones que el hombre puede producir en la tierra, me parece de mal gusto hablar en relación a poesía.

El otro poema pertenece a Lupercio Leonardo Argensola (1559-1613) y es un soneto:

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y carmín de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
.
Pero también que me confieses quiero,
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.
.
Mas, ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así naturaleza?
.
Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!

Lupercio Leonardo y su hermano Bartolomé Leonardo un poco menor (1562-1631), pero de más larga vida, son conocidos por "Los hermanos Argensola". Lupercio antes de morir quemó sus poesías, de las que se salvaron aproximadamente un centenar, que fueron publicadas junto con las de Bartolomé, por un hijo de éste bajo el nombre de "Rimas", en Zaragoza en 1634. Un crítico literario dice por ahí: "Lo mejor de Lupercio son sin duda los sonetos, algunos insuperables, por ejemplo el que comienza `Yo os quiero confesar, don Juan..., sobre el valor de la hermosura física'."[1] A mi lo que más me atrae de este soneto es el hecho que nos diga que sabe cómo nos engaña la naturaleza, pues ese cielo azul que todos vemos, no es cielo, ni es azul ¿Qué se sabía antes de 1613 sobre el color azul del cielo?

"El notable fenómeno de los colores" hace su aparición en física con el descubrimiento de los colores exhibidos por películas delgadas (lo que hoy se conoce como Anillos de Newton) descubiertos independientemente por Robert Boyle (1627-1691) y Robert Hook (1635-1703). Existe por lo menos una publicación de R. Hook al respecto en el año 1665, quién intentó también una primera explicación del fenómeno de la refracción y una interpretación de los colores. Pero fue Isaac Newton (1642-1727) quién descubrió en 1666 que la luz blanca del sol podía dividirse o separarse en colores componentes por medio de un prisma y encontró que cada color puro queda caracterizado por un índice de refracción determinado.

Del difundido libro de divulgación "La Física Aventura del Pensamiento" [2] reproducimos el siguiente párrafo (en que la negrita es nuestra):

Fue nuevamente el genial Newton quién explicó, por primera vez, la riqueza de colores de nuestro mundo. A continuación damos una descripción suya de uno de sus propios experimentos: "En el año 1666 (en el cual me dediqué al pulimento de lentes no esféricas) conseguí hacer un prisma triangular de vidrio con el fin de emplearlo en el estudio del notable fenómeno de los colores. Con dicho objeto, habiendo obscurecido mi pieza y hecho un pequeño orificio en las persianas de la ventana para dejar entrar una cantidad conveniente de luz solar, coloqué mi prisma en la proximidad de la apertura, de modo tal que la luz se refractara en el prisma, hacia la pared opuesta. Resultó desde el principio un entretenimiento muy agradable ver así producido un haz de vívidos e intensos colores. En el año 1666 (en el cual me dediqué al pulimento de lentes no esféricas) conseguí hacer un prisma triangular de vidrio con el fin de emplearlo en el estudio del notable fenómeno de los colores. Con dicho objeto, habiendo obscurecido mi pieza y hecho un pequeño orificio en las persianas de la ventana para dejar entrar una cantidad conveniente de luz solar, coloqué mi prisma en la proximidad de la apertura, de modo tal que la luz se refractara en el prisma, hacia la pared opuesta. Resultó desde el principio un entretenimiento muy agradable ver así producido un haz de vívidos e intensos colores. "

Según los dos últimos párrafos, nada de la historia oficial de la física sobre este tema, pudo alcanzar a Lupercio Argensola antes de 1613. Y entonces quizás podamos decir con Bob Dylan, que la respuesta a ¿por qué el cielo se ve azul? en esa época "was blowin' in the wind". Para evitar malos entendidos, debemos decir que la ley de refracción fue descubierta experimentalmente en 1621 por Willebrod Snell (1591-1626), pero él murió sin hacer público su descubrimiento y dejó sólo un manuscrito al respecto. La ley de Snell apareció en un libro publicado en forma anónima por Descartes en 1637.

También hay que advertir que la conexión entre color y frecuencia de la luz es complicada. Si la frecuencia está, aproximadamente, entre 4×1014 sec-1 y 7,5×1014sec-1 produce la impresión sicológica de un color definido. Lo inverso, no es necesariamente cierto: luz con cierta cualidad sujetiva de color, puede ser una composición de ondas armónicas con distribuciones de frecuencias muy diferentes.

Supongo que saben que es peligroso mirar, sin protección, la luz que se produce cuando están soldando al arco. El soldador profesional que está trabajando seguro que está protegido, pero el peatón ocasional que pasa cerca no lo está. Pero es mucho más grave mirar, sin protección, directamente al sol, no cuando está saliendo o poniéndose sino cuando ya está alto en el cielo, en un día despejado, máximo al medio día. El suscrito lo hizo, por error, hace mucho tiempo, cuando esperaba la iniciación de un eclipse parcial de sol. Siempre tuvo dificultades para describir lo que le pareció ver en ese breve momento, pues los ojos se cierran casi de inmediato, pero no antes de que un gran número (grande, pero sin duda finito) de fotones de todos los colores del espectro solar y también del ultravioleta e infrarrojo, lleguen a la retina y puedan dañarla.

Por eso fue una alegría cuando, examinando un librito con las "Rimas" del romántico Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), me encontré con ésta, que lleva por nombre su primer verso y reproduzco sólo su primera estrofa:

Te vi un punto, y flotando ante mis ojos,
la imagen de tus ojos se quedó
como la mancha obscura orlada en fuego
que flota y ciega si se mira el sol.

¡Qué perfecta y económica descripción! Gustavo Adolfo tiene que haber mirado el sol; murió joven, a los 34 años, pero no ciego.

Respecto a un protector para mirar el sol, se aconsejaba ahumar un trocito de vidrio con una vela encendida y cuidar no ennegrecerse la nariz por un uso descuidado del artefacto; después del invento de la película fotográfica, usar las colitas negras de los rollos revelados; ahora que se inició la masificación de la fotografía digital..., creo que sólo habrá interesados en mirar a través del lente.

Y de repente sorprende un simple "tercetillo" de Antonio Machado (1875-1939), al que le encuentro aplicación en Física, especialmente si queremos comparar antiguas o iniciales explicaciones con las modernas o actuales para un determinado fenómeno y también para seguir el desarrollo histórico de algunas teorías:

Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía:
también la verdad se inventa.

Al nombrar a Antonio Machado he recordado a Nicanor Parra. ¿Por qué?, Por que se dice que cuando la noticia de la muerte de A. Machado llegó a Chile, Pablo Neruda "encomienda a Parra una elegía para el español. Fue tal el éxito de lo escrito por el chillanejo, que el texto se leyó en el teatro Municipal de Santiago, a tres voces femeninas: María Maluenda, Inés Moreno y la esposa de Jacinto Grau."[3] No la he leído; al parecer nunca ha sido publicada. Pero en 1954, cuando apareció por primera vez "Poemas y Antipoemas" en Editorial Nascimento, compré y leí el librito. Había seguido el curso de Mecánica Racional que hacía el Prof. Parra en el Instituto Pedagógico y su fama de poeta no se había reflejado en esas clases. De los poemas del libro me gustó especialmente "Hay un día feliz". Veamos como empieza y termina ese largo poema:

A recorrer me dediqué esta tarde
las solitarias calles de mi aldea
acompañado por el buen crepúsculo
que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
y su difusa lámpara de niebla,
sólo que el tiempo lo ha invadido todo
con su pálido manto de tristeza.
.................
.................
.................
mis hermanos menores a esta hora
deben venir de vuelta de la escuela:
¡sólo que el tiempo lo ha borrado todo
como una blanca tempestad de arena!

Una tarde Don Nicanor, como le decíamos, entró por el extremo sur al zócalo de Física justo cuando yo iba saliendo. A parte de saludarlo, le dije:
– Estoy leyendo sus poemas y antipoemas. Me gustó mucho "Hay un día feliz", pero tengo una pregunta.
– ¿A ver?
– Esa analogía entre el paso del tiempo y una tempestad de arena, ¿sugiere que el tiempo puede ser una variable discreta?
–No necesariamente.
Y tras esa inmediata y ladina respuesta, diría yo, siguió su camino hacia la sala de clases del otro extremo del zócalo.

Y por último, quiero contarles un sueño que tuve después de releer "No hay olvido", ese poema que Pablo Neruda escribió entre 1931-35. Pero para comprender un sueño, hay que conocer los antecedentes que pueden haberlo provocado. Sufrir o gozar de un sueño es muy distinto de inventar un cuento. De este autor yo tuve, durante muchos años, un sólo libro: Pablo Neruda, Obras Completas, Editorial Losada S.A., Buenos Aires, 1956. Me lo regalaron con dedicatoria y fecha: 25 de Dic.1956, aunque al final del libro está impreso: "Esta edición de Obras Completas se acabó de imprimir el día 30 de enero de 1957 en la imprenta...". Pero en 1974, en la colección Clásicos Hispánicos Noguer, publicado por Editorial Noguer S.A., apareció en dos volúmenes Pablo Neruda, Poesía. Es una selección entre todos sus poemas publicados hasta su muerte en septiembre de 1973, precedida por un prólogo de 72 páginas que esta vez leí.

La parte que más me interesó de ese prólogo, escrito en agosto de 1973 por Luis Rosales, poeta español y catedrático de literatura, fue la última, subtitulada "Una poética existencial": para apoyar su tesis parte haciendo ver el uso que Neruda hace de la palabra "sucede" y cita cuatro o cinco poemas en que Neruda la emplea. El que yo quería releer es uno de ellos. En "No hay olvido (Sonata)", dice, "emplea también esta palabra de modo misterioso y categórico". Por otra parte, antes, cuánto antes no recuerdo, yo estuve averiguando sobre la palabra suceso, porque deseaba elegir entre ella y evento para designar un punto en el espaciotiempo de la relatividad restringida. Me decidí por suceso. (Cuando lo comuniqué al curso de ese momento, muy probablemente de "Ondas y Física Moderna" que se dictaba para el tercer año del plan común, hubo un alumno que hizo un escueto comentario: "que bueno; evento me suena a discoteca".

El poema comienza así:

Si me preguntáis en dónde he estado
debo decir "Sucede".
Debo de hablar del suelo que oscurecen las piedras,
del río que durando se destruye:

Y el sueño:

Íbamos remontando un angosto y no muy caudaloso río, pero bastante encajonado entre cerros no muy altos. El suelo de la estrecha ribera por donde caminábamos estaba cubierto de negros pedruscos de variados tamaños y, de pronto, en un recodo en que la ribera se ensanchaba, vimos al Poeta sentado sobre una gran roca negra, mirando hacia el río. La roca había sido convenientemente perforada de modo que cuatro rígidos tubos, al parecer de acero inoxidable, convergían al origen situado en el suelo debajo de la roca. Indudablemente las precisas perforaciones habían sido hechas por el maestro Rafita[4]. Las cuatro direcciones positivas ortogonales estaban señaladas con unas flechas de marfil, que sin duda el Poeta había adquirido en el Mercado de las Pulgas de París, insertas en los extremos visibles de los tubos. Y a pesar que ninguno de los presentes conocía a otro de ellos, estuvimos de acuerdo en proclamar a Pablo Neruda, por unanimidad, como el Primer Poeta del Espaciotiempo minkowskiano".

FIN (OW. Mayo, 2003)


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Postdata:
Este sueño se presta ahora para recordar al matemático Herman Minkowski (1864-1909) en el año del centenario de su temprana muerte. Véase en este sitio el artículo "En Recuerdo de Herman Minkowsky". (OW. Mayo, 2009)

[1] Antonio Gracia Sanz, "ARGENSOLA, Hermanos", en Parnaso, Diccionario Sopena de Literatura, Tomo I, Autores Españoles e Hispanoamericanos, Pág.49. Editorial. Ramón Sopena, Barcelona, 1972.

[2] De los autores Einstein e Infeld, en traducción al español del Dr. Rafael Grinfeld, profesor en la Universidad de la Plata, publicado por Editorial Losada S. A., Buenos aires, 1952, 4a Ed.

[3] Efraín Szmulewicz. "Nicanor Parra, Biografía Emotiva". Ediciones Rumbos, Santiago de Chile, 1988, p. 40.- A una muy joven Inés Moreno, declamadora o recitadora, conocí en los años 1945-6 en los programas culturales, charlas y conferencias, presentadas en el Teatro de la U. de Concepción por su Rector Enrique Molina Garmendia. Posteriormente también actriz de teatro y cine, falleció en marzo de 2003, a la edad de 83 ó 85 años, según la prensa.

[4] Luis Poirot, "Neruda. Retratar la ausencia", pp. 122-3. Hachette, Editorial Los Andes, Santiago de Chile, 1991. También en Pablo Neruda, "Una casa en la Arena" Fotografías: Sergio Larraín. Editorial Lumen S.A., España, pp. 23-25; 1a Ed. 1966; 2a Ed. 1969; 3a Ed. 1984.