Recuerdos enviados por Patricio Cordero

Licenciatura. Entré a primer año de Ingeniería de la U de Chile en 1959. Mi profesor de Mecánica fue Gustavo Lira y el de Cálculo fue Raúl Bravo. Ese año aparecieron avisos anunciando que estaba por crearse la Escuela de Física. Me inscribí en ella lo cual significó que me tomaron un examen oral bastante sui generis. Era una oficina con al menos media docena de profesores, entre los que creo que estaban Carlos Martinoya, Hugo Moreno, Rosa Jiménez y no recuerdo quienes más. Me hicieron preguntas de razonamiento, algunas básicas de física. También me preguntaron si había hecho experimentos por mi cuenta y que los describiera.

Así fue como en 1960 ingresé a segundo año de la naciente Escuela de Física. En ese año y los que siguieron tuve clases de termodinámica con Martinoya (algo desordenado), de química con Beherens, de óptica y ondas con Hilda Cid, de electromagnetismo con Mallén Gajardo. Otros profesores fueron Enrique Grunbaum y Oscar Wittke. Con Egon Marx tuve electrodinámica, con Efrain Friedman tuve vectores y tensores, Pedro Cordero (Mouton) nos hizo Mecánica Clásica, Mecánica Cuántica nos hizo Igor Saavedra y también participó Sergio Aburto (ayudante?). En la parte matemática tuve clases con Kurt Legrady .. Hubo muchos otros profesores que no me vienen a la memoria. En esa época también venían diversos profesores franceses a dictar cursos de física matemática. Al que más recuerdo es a Jouvet. Eran teóricos en extremo.

Creo que fue en 1961 que Carlos Martinoya nos anunció la llegada de un nuevo profesor, Igor Saavedra, del cual esperaba grandes cosas. Nos llevaron al aeropuerto de Cerrillos a recibirlo; también Carlos Martinoya organizó para que entrevistaran a Saavedra en la revista Ercilla. En 1962 Saavedra nos dictó Mecánica Cuántica en una versión muy conceptual, con un fuerte sello hacia la interpretación de Copenhague. Muchas clases se dedicaron a discutir incertidumbre, principio de correspondencia etc.

Mis compañeros de estudio en 1960 eran Jorge González G., Raúl Goldschidt y Lucho Gomberoff. Más adelante se incorporaron Sebastián Salamó y Daphne Boys pero con el tiempo tomamos distintas rutas y no siempre estuvimos juntos. Jorge González se fue a Matemáticas y Raúl Goldschmidt derivó hacia biofísica.

Parte de la vida del Dpto tenía que ver con la bibliotecaria, Ana María Prat y con las excentricidades de Mouton. El Centro de Matemáticas, en un altillo en el extremo Sur del edificio Beauchef, era un punto de encuentro y donde teníamos muchas de nuestras clases. Ese altillo se incendió tal vez en 1963, aunque no estoy seguro de la fecha. Se perdió prácticamente toda la biblioteca de Matemáticas. Yo me quedé por décadas con el libro de teoría de grupos de Pontryagin, el que finalmente entregué a Raúl Manácevich.

Me dieron un escritorio en una oficina que quedaba al lado poniente de la F10 (hoy es sala de clases). Allí tenían oficina algunos profesores aunque no estoy seguro cuáles. Mouton era uno de ellos.

En 1964 el propio Saavedra nos propuso a L. Gomberoff y a mi que hiciéramos la tesis de Licenciatura en conjunto. Así lo hicimos. Además Igor estaba en conversaciones para que nos dieran beca de la Fundación Rochefeller para hacer los estudios de doctorado en la Universidad de Londres. Así se hizo y en los últimos días de octubre Gomberoff y yo emprendimos, con nuestras respectivas mujeres, rumbo a Londres llegando un mes atrasados a las clases que se dictaban en el Imperial College.

Doctorado en Londres. En Londres nos recibió Edwin Power quien había estado por varias semanas en Santiago donde nos dictó un cursillo sobre electrodinámica cuántica. Poco después Power publicó un pequeño y bonito libro sobre el tema.

El sistema del Imperial College consistía en que dictaban unas 15 asignaturas simultáneamente, no había tareas ni ningún tipo de evaluación parcial y tan solo al cabo de un año se tomaba un examen con 15 preguntas. Se nos pedía responder tres. Tuve clases con P.T. Mathews, John Streater, John Charap, Claude Lovelace y otros.

Mi inglés era tan pobre que no podía entender un periódico. Me costó bastante seguir las clases y lo que hice fue comprar libros y estudiar mucho por mi cuenta y a veces con Lucho. Con mi mujer tratábamos de hablar en inglés ya que ella sabía bastante y me corregía con mucha paciencia. Dimos el examen y nos enviaron a hacer el doctorado en el University College.

Mi tutor fue Sigurd Zienau. El sueño de Zienau era llegar a ser un particulista (había publicado en física atómica, pero no era muy activo) y me pidió que emprendiéramos la travesía juntos. Lo efectivo es que hice mi tesis sólo y, porque trabé cierta amistad con John G. Taylor (Queen Mary College), tuve alguna visión más experta en teoría cuántica de campos y en especial de la teoría formal de renormalización. Mi biblia fueron el clásico artículo de Lehmann (``the Lehmann representation'' y los artículos de Lehman, Symmanzik y Zimmermann (formalismo LSZ), todos publicados en el Nuovo Cimento en los años 50. También los formalismos de Haag y de Nishijima. Asistía de vez en cuando a seminarios que se daban en el propio UC o en otros de los Colleges de Londres. Un vez cada bastante tiempo le contaba a Zienau lo que estaba haciendo sin lograr mayor guía en esas sesiones. Pero tiene un mérito. Me planteó un problema que en cierto modo marcó mi vida. Me planteó que en QFT no se entendía bien la diferencia entre una ``partícula elemental'' y una ``partícula compuesta''. Esto, plateado a fines de 1965 cuando la idea de quark ya estaba dando vueltas es algo extraño. Zienau estaba interesado en las especulaciones que conducían a afirmar que algunas de las constantes Z de renormalización no son infinitas sino, por el contrario, son nulas. En mi tesis dediqué mucho a ese punto.

Igor nos visitaba a Lucho y a mi en Londres. No se anunciaba, sencillamente llegaba y conversaba con nosotros. En alguna de esas visitas nos contó que se estaba creando la Facultad de Ciencias, lo que lo tenía bastante entusiasmado. Algún tiempo después nos escribió que se había creado un problerma y que él se había vuelto a la FCFM y nos pedía que nos comprometiéramos a volver allí. Así lo hicimos.

Una vez le conté a Zienau la forma cómo había resuelto ``el cálculo de la parte imaginaria del propagador''. Yo entendía que era, aunque me hubiese costado, algo muy simple que no debió costarme tanto. Su reacción, en cambio, fue que esto era fantástico y que había que publicarlo. Me pidió que escribiera las deducciones en todo detalle y se las entregara. Hice eso y me olvidé del asunto hasta que algunas semanas después, otro estudiante de Zienau, Hugh Osborne, llegó a mi escritorio para que aprobara la forma que había tomado el manuscrito. Lo primero que vi es que el artículo tenía tres autores y que su texto contenía cuestiones extrañas a mi. Nunca se me había pedido mi opinión. Me indigné y se lo devolví diciéndole que yo no era autor de eso y que mejor me borraran. Hugh se fue muy perturbado con mi reacción. Zienau, que era un tipo más bien conciliador y que, al parecer, me tenía en gran estima, me convenció que yo sí era autor, que era quien había originado esto etc. Así fue como en 1966 apareció en el Nuclear Physics un artículo con los tres como coautores.

Le di muchas vueltas al asunto de la idea de partícula compuesta y, entre la inmensidad de literatura que analicé en esa época me interesaron resultados obtenidos por Nishijima.

Finalmente escribí mi tesis y en octubre de 1967 rendí mi examen de defensa de tesis. Los exámenes no eran públicos. Eran, en realidad, demasiado privados. Lo rendí en la pequeña oficina de Ziernau con examinador externo John Charap. Para mi fue una conversación relajada. Me entretuve. Cuando ya el examen estaba por terminar Charap me preguntó que pensaba hacer y me escuché diciendo que quería volver a los problemas más básicos y tratar de entender desde el punto de la electrodinámica cuántica el átomo de hidrógeno y el positronio.

A instancias de Zienau postulé a un período de posdoctorado en Trieste. Este fue aprobado creo que desde marzo de 1968 por lo que la Rochefeller extendió mi beca más allá de mi doctorado para que continuara en el University College hasta mi partida a Trieste.

Posdoc en Trieste 1968 Opera prima. El ICTP en sus comienzos estaba instalado en un edificio en Piazza Oberdan, pero estaba muy avanzada la construcción de lo que sería su sede definitiva en Miramare.

En Piazza Oberdan me puse de cabeza a escribir un artículo con lo que yo consideraba valioso de mi tesis. Escribí mucho, borré mucho y seguí escribiendo. En medio de eso participé de la mudanza del ICTP de Piazza Oberdan a Miramare. Con Carlos García-Canal y otros ayudamos a llenar y trasportar bolsas y bolsas de la biblioteca que manejaba Maria con la ayuda también de Mariucia.

Terminé mi manuscrito, una secretaria especial para estas ocasiones mejoró el inglés y luego esto fue a manos de Salam. Salam me llamó y me pidió que le explicara en la pizarra lo que había en mi artículo. Fue una sesión muy larga. En algún momento me dió un consejo que yo le he dado muchas veces a mis estudiantes: ``un artículo no es una novela policial donde el misterio se resuelve en la última página; por el contrario, ya en la introducción se debe decir con la mayor claridad posible cuál es el resultado final del artículo''.

Finalmenbte mi artículo (realmente mi opera prima) partió al Nuovo Cimento (la revista de mi admiración). Uno de los árbitros me hizo una objeción que no me gustó. Yo pensaba responder que el árbitro o bien no entendía los artículos de Nishijima o era el propio Nishijima quien no quiso decir lo que dijo. Coincidentemente por esos días Nishijima llegó al ICTP y me presenté en su oficina. Discutimos un buen rato pero no saqué mucho en limpio. Algunos días después me dijo que tenía autorización de la revista para informarme que él era el referee. Ahí tuvimos una discusión mucho más clara y estuvimos de acuerdo que si cambiaba algunas frases que se referían a sus artículos, no había problemas. Así fue como ese artículo mio salió publicado. Años después me di cuenta que no agradecí ni a Zienau, ni a Nishijima ni a Taylor ni a nadie, excepto el agradecimiendo formal a Salam que el ICTP te sugería.

Saavedra fué varias veces a Trieste y nos paseábamos conversando. A menudo se nos unía Carlos García Canal también.

Barut y Ghirardi. Puesto que iba permanentemente a la biblioteca a leer las últimas revistas descubrí que había una profusa literatura sobre el átomo de hidrógeno cuántico analizado y resuelto en base a técnicas de teoría de grupos. Comencé a leer sobre eso y vi que algunos de los artículos que me resultaban más atrayentes estaban escritos por Assim Barut quien llegó al ICTP. Fuí a su oficina y le pedí trabajar con él sobre el átomo de hidrógeno. Me recibió muy amistosamente y, junto con decirme que todo eso ya estaba hecho, me invitó a ver otros problemas que tenían que ver con teoría de grupos y que, en ese momento, los estaba desarrollando con Giancarlo Ghirardi. Así fue como me involucré con ambos y comenzamos a tener sesiones de trabajo que me resultaron muy interesantes. Tal vez eran las primeras reuniones científicas de verdad que tenía en mi vida en las que yo tenía una participación muy activa y, en cierto modo, protagónica. Era obvio que Barut comenzó a mirarme con bastante respeto porque entre una sesión y la siguiente yo había hecho muchos avances y tenía respuestas rápidas a las preguntas que iban surgiendo en las discusiones. A veces me juntaba tan solo con Giancarlo y se fue poco a poco desarrollando una buena amistad. Publicamos tres artículos los tres juntos.

El Potosí y el regreso a Chile. Con mi mujer habíamos dejado muchas cosas embaladas en casa de los Power de modo que resolvimos regresar a Chile en barco. Desde Trieste conseguimos pasajes en el carguero Potosi que sarparía desde Liverpool creo que a mediados de septiembre. Al llenar un enorme formulario de la empresa naviera coloqué como ``title'' la palabra ``doctor''. Fue muy inocente, pero creyeron que era médico y nos dieron el mejor camarote y en el comedor asiento junto al capitán.

El barco tocó puertos en Canadá, dos puestos en la Bahamas y en Panamá. Luego cruzamos en canal hacia el Pacífico ...

Cuando entré al edificio de física (creo que era 1 de noviembre 1968) busqué lo conocido. Fui a la biblioteca, pero estaba muy distinta y Ana María ya no estaba ahí. La oficina del Director ya no estaba en el 2do piso .. El departamento estaba dividido en dos grupos antagónicos y no se veía muy bien. Había muchos argentinos llegados a Chile debido a las dictadura de Onganía en Argentina. Estaba en proceso la convulsión de la Reforma Universitaria, proceso que en ese momento no alcancé a calibrar ni comprender. Sólo sé que había muchas reuniones y asambleas y que asistí a algunas de ellas.

Buena parte del primer semestre de 1969 lo dediqué a estudiar (usando alrededor de 20 libros distintos) sobre teoría de grupos y su uso en mecácia cuántica para poder dictar Cuántica 3 (esa vez se denominó ``aplicaciones de mecánica cuántica'') en el segundo semestre. Ese año tuvimos de visita a Roscoe White y a Susumu Kamefuchi.

Creo que fué en mi estada en el ICTP de 1969 que, reestudiando los métodos algebraicos de Barut, quien usaba el enorme grupo SO(4,2) para describir el átomo de hidrógeno, me dí cuenta que bastaba un algebra de dimensión 3, SO(2,1) para obtener el espectro del átomo de hidrógeno. Más aun, ella permitía una versión con la barrera centrífiga teniendo un valor arbitrario. Publiqué este resultado mio en el Nuovo Cimento en 1970. Dándole vueltas a lo que había logrado me pregunté qué otro potencial podía ser descrito y me topé con que era igualmente fácil resolver el caso del potencial de Morse aunque solamente cuando el momento angular es nulo. Este trabajo lo desarrollé con mi tesista de Licenciatura Sergio Hojman y lo publicamos en la Lettera al Nuovo Cimento en 1970 también.

No llegué a integrarme porque en diciembre regrecé a Trieste por tres o cuatro meses, donde terminé mi trabajo con Barut y Ghirardi. Leyendo Le Monde, en la sala de lectura del ICTP, me topé con la noticia de la expulsión de los argentinos en Chile. Diría que era enero o febrero de 1969. Fué un evento muy traumático que me chocó profundamente. A mi regreso el Departamento estaba en una profunda crisis de odiosidades. Traté de mantenerme al margen de ella y conversaba con todos.

Inicialmente tuve una oficina en la esquina norponiente del edificio en el tercer piso. Después se hizo la partición del lado sur del tercer piso de física (diseñado por Miguel Furman que era un muy buen estudiante de la época) y pasé a tener una buena oficina en ese sector. Desde 1990 esa zona fué rediseñada y ahora ahí está la oficina de la secretaria Carmen Belmar y la sala de computadores.

En 1970, de vuelta en Trieste trabajé con Giancarlo en un trabajo que, en cierto modo, unificaba y generalizaba lo que los trabajos que daban los espectros asociados a los potenciales de Coulomb y Morse. Y poco después, de regreso en Chile con Sergio Hojman avanzamos bastante más en ese esfuerzo pero, al enviar el trabajo al Nuovo Cimento fué revisado por Giancarlo quién me escribió que había cambios importantes que hacer y finalmente apareció como un artículo que incluía a Giancarlo y a su estudiante Paolo Furlan.

Un ``Informe de la sección física de partículas'' de 1970 dice que aquel año la sección contó, durante todo el año, con el trabajo de Patricio Cordero, Sergio Hojman e Igor Saavedra. Agrega que por tres meses también se contó con Enrique Tirapegui. De visita estuvieron G.C. Ghirardi y F. Karolybezy.

Vinieron las elecciones presidenciales que me angustiaban profundamente. Creía que se necesitaba cambios profundos pero no creía que Allende podría hacerlos. Mi razonamiento es que se convertiría en un gobierno que haría cambios tan suaves que solo ayudarían a que el país siguiera con las estructuras dominadas por la burguesía local e igualmente dependiente. Y si llegaba a intentar algo más profundo habría un golpe de estado. Todo este razonamiento lo dejé por escrito, papel que lamentablemente destruí en 1973, y que justificaba porqué yo me negué a votar.

En 1971 se recibió del relator de una cierta ``Comisión Académica'' una proposición de reglamento, dirigida a los jefes de grupo de investigación (tengo copia de la que se envió a I. Saavedra) donde se declara ``la inconveniencia de perpetuar la práctica actual de enviar a los investigadores jóvenes a sacar un doctorado al extranjero''. Refuté tal propuesta en una declaración de dos páginas muy académicas. Mucho más acalorada es la refutación que firmaron los estudiantes P. Arroyo, M. Furman, R. García, R. Hojman, J.M. Martínez, J. M"uller, J. Santamarina, F. Urrutia y N. Zamorano.

Tengo una tabla con la actividad docente efectuada por los investigadores del Departamento de Física. La nómina era de 44 profesores.

Los años 1971 y 1972 fueron de enorme tensión. Cuando vino el paro de octubre de 1972 decidí volcarme a la ayuda de la causa del gobierno y participé en trabajos voluntarios y cuanta actividad política pude. Aunque nunca había sentido mayor simpatía por los comunistas pude darme cuenta que eran los que en forma más consistente apoyaban al gobierno (sin hacer olas) y eran, por lejos, los mejor organizados. De esta manera yo lograba encausar mi apoyo principalmente a través de las iniciativas que los comunistas organizaban en mi facultad. Cultivé cebollas, descargué sacos de 40 Kg de un tren, limpié gallineros y otros trabajos más.

En 1972 recibí a Bob Finkestein, quien estuvo de visita durante el mes de agosto. Ese mismo año recibí una carta de Abdus Salam (fechada 2 marzo) en la que me nombra Associate Member del ICTP por un año y me ofrece el pago de US $19 diarios para una estadía de a lo más tres meses.

En julio de 1973 ocurrió el tancazo. Me enteré por la radio en mi casa que algo estaba ocurriendo. Me fuí rápido a la facultad para saber desde allá qué ocurría. Cuando se supo que Viaux había fracasado hubo un llamado de apoyo alrededor de la Moneda y me fuí con Sebastián Salamó a celebrar. Para mi era una celebración triste; la crisis era muy profunda. El 10 de septiembre estuve en una reunión en Conicyt donde debíamos discutir las políticas para distribuir cierto tipo de fondos, pero poco hablamos de eso. Nuestra imaginación estaba atrapada por la interrogante sobre si habría golpe o no y cuando sería. El día que viví el 11 es un relato aparte.

fines 2017

Escrito el 11 de septiembre de 2002 en base a mis notas de aquellos momentos.
La memoria tuerce y cambia el orden de las cosas. Espero ser fiel a los hechos que viví.

El comienzo del fin

El martes 11 de septiembre de 1973 estaba nublado, yo ya era profesor desde hace algunos años. Temprano un amigo y colega (Armando Cisternas) de facultad me telefoneó para avisarme que algo feo estaba sucediendo. Nos veríamos en la facultad y si venía un intento de golpe nos tomaríamos la facultad al igual como todo el mundo lo haría en su puesto de trabajo.

El día anterior había estado en una reunión en Conicyt donde se debía discutir la forma de asignar ciertos fondos. Sin embargo el ambiente era tan tenso ya el día 10, que prácticamente no se habló del tema que nos reunía, sino de la situación política del momento. Ese día también estaba atracando, en Valparaíso, la flota norteamericana de operaciones Unitas.

En esos días solíamos tener, entre mis colegas, conversaciones acaloradas de política, pero todo dentro de un ambiente académico muy civilizado. Tener posiciones muy diferentes no nos impedía almorzar juntos.

Camino a la facultad noté que ese martes las calles estaban ligéramente más despejadas de lo usual. Pude estacionar mi citroneta en Av. B. Encalada sin los problemas usuales. El juego de pelota en la cancha transcurría como en cualquier día. Había reuniones de algunos dirigentes locales y se nos pidió que estuviéramos atentos a quiénes estaban dentro del recinto de la facultad. Un par fuimos a hablar con el Decano para comunicarle que estábamos iniciando una toma. Lo único que recuerdo de esa reunión fue que nos dijo, no hagan tal, conozco a los militares y les puede ir muy mal. Luego nos repartimos los edificios para que nos hiciéramos responsables que estuvieran bien cerrados hacia la calle y sobre quién estaba en qué lugar.

Esa era la teoría. Ni en nuestras peores pesadillas habíamos imaginado que vendría lo que sucedió en las horas y días siguientes. Había algunas personas que tenían radio portátil y, en lugar de hacer trabajo alguno de vigilancia, todos tratábamos de escuchar lo que estaba ocurriendo. Se hizo los primeros anuncios de que La Moneda iba a ser bombardeada si no era desalojada. En ese momento no resultaba claro si esas eran meras palabras o amenazas de verdad. También se anunció que a partir del medio día habría "toque de queda", es decir, prohibición absoluta de circular por las calles. Más tarde la hora de "toque" se movió a las 3pm.

Desde lo más alto de Física mirábamos hacia el regimiento Tacna. Sabíamos que estaba herméticamente cerrado y nadie había salido de ahí desde al menos las 9 de la mañana. De vez en cuando se sentían disparos que nos dieron la impresión que venían de su interior. ¿Que sucedió ahí? Aun no lo sé. Algo semejante parece que ocurría con el regimiento blindado que estaba entre Blanco y la Alameda. Bastante más tarde, sin embargo, comenzaron a salir patrullas armadas, tanques por Blanco hacia el poniente y muchos camiones llenos de soldados, también hacia el poniente. Bajé, y moví mi citroneta a la calle Carrera ya que un par de meses antes, en un levantamiento frustrado, los tanques habían despedazado algunos autos que estaban en el camino.

En esa época no había tantos edificios en nuestro sector de Santiago de modo que, aunque desde el tercer piso de Física no se veía la casa de gobierno, se podía ver todos los edicios más altos circundantes a La Moneda.

Un avión de alas más largas de lo usual sobrevolaba lentamente a baja altura haciendo círculos por sobre la torre de comunicaciones de Santiago (la torre Entel).

De vez en cuando sentíamos disparos desde distintos lados, pero lejanos e incluso pudimos distinguir nubecillas que salían tal vez desde las ventanas del Ministerio de Defensa.

Desde el tercer piso de Física pudimos ver los primeros sobrevuelos de los aviones de guerra con sus cohetes. Venían desde el norte, picaban hacia La Moneda y luego tomaban altura nuevamente. Cuando el primer avión soltó su par de cohetes pudimos ver claramente las estelas de humo hacia La Moneda y algunos segundos después los vidrios de nuestras ventanas vibraron. El avión lento de alas largas se había ido. Comenzó a salir humo oscuro que se levantaba lentamente desde la casa de gobierno.

Poco a poco las radios proclives al gobierno comenzaron a cambiar de lado o dejaron de transmitir. Nos vinieron a decir que alguien en la facultad había captado una frecuencia de radio donde un piloto estaba preguntado por la ubicación de la antena de una radio emisora de la época. Informaba que ya había derribado las antenas tal y tal.

La radio que más estuvo en el aire fue la Magallanes. Allende habló a través de esa emisora. Fueron palabras muy inspiradas y conmovedoras. Claramente dijo, a su manera, que no saldría vivo de La Moneda.

Luego vino el segundo par de cohetes y nuestros vidrios vibraron con mayor intensidad. Eran varios los que en absoluto silencio mirábamos con incredulidad y zozobra lo que estaba ocurriendo. A mi lado poco a poco varios comenzaron a sollozar.

El tercer par de cohetes produjo una vibración aun mayor. Ciertamente que estaban usando cohetes de distinta capacidad. Al poco rato una columna de humo gris claro se elevaba desde La Moneda a gran velocidad, lo que indicaba temperatura muy alta.

Una jóven profesora de química no se pudo sostener en pié y continuó sollozando en el suelo muy pausadamente, hecha un ovillo, como si se estuviera apagando.

¿Qué hacer?

Bajé en busca de alguna indicación. La biblioteca estaba en el segundo piso y un grupo estaba tratando de llevarse nuestra fotocopiadora (eran bien pesadas en esa época). Para la resistencia me decían. Tuve que discutir largo con ellos y finalmente me dejaron regresar la máquina a su sitio y cerré lo mejor que pude. Después supe que se llevaron máquinas de escribir, material de escritorio y otras cosas.

Atravesaba el patio cuando se me acercó un pequeño grupo de funcionarios. Me pidieron que les escondiera sus carnet que los acreditaban como miembros del PC. Tomé el lote y regresé solo a nuestra biblioteca (siempre he tenido llaves de ella) y busqué un estante donde estaban unos pesados e inútiles informes nuclerares gringos de los años '50 que nunca nadie había mirado y, buscando no alterar el polvo que los acompañaba ni dejar huella de movimiento algunos, los coloqué detrás. En la primera oportunidad después del golpe me los pidieron y los arrojaron a una de las muchas misteriosas fogatas que había en los patios.

Hubo más reuniones y se acordó que ante este salvajismo no podíamos suicidarnos. No habría toma. No faltaba mucho para las tres de la tarde en que comenzaría el toque de queda y cada cual debía regresar a casa.

Camino a casa

Se había corrido la voz entre algunos amigos y conocidos que yo andaba en citroneta y se me unieron cuatro pasajeros. Más de los que razonablemente cabían. Blanco estaba vacío y a lo lejos se escuchaban muchos disparos desde diversas direcciones. Cuando puse el motor en marcha eran las tres en punto.

Uno de mis pasajeros me dijo que iba a Independencia (yo iba en dirección opuesta, hacia Providencia). Transamos en que no saldríamos a la Alameda y me fui por calles, para mi desconocidas, de nuestro sector sur hasta que calculamos que estábamos frente a Independencia y ahí lo dejé.

Luego regresamos hacia el oriente y cuando estábamos a muy pocas cuadras de la facultad, en la calle Copiapó, nos paró una patrulla militar. Mientras el cabo nos daba a gritos instrucciones de salir con las manos en alto, los conscriptos a su mando miraban para todos lados entre curiosos y nerviosos. Al parecer éramos su primera oportunidad de ser parte del golpe. Al darse cuenta de la distracción de sus pelados, con energía los conminó a apuntarnos y ahí estuvieron ellos con sus largas y viejas armas dirigidas a nosotros, mientras éramos puestos contra una pared, apoyados con las manos en alto, las piernas abiertas, y los pies distantes de la pared. Nos registraron el cuerpo, los bolsillos y la citroneta toda. Tratamos de ser muy neutros en nuestras reacciones. Cinco cuadras más allá otra patrulla e igual procedimiento. Lo que pude notar esta vez fue que algunos de los conscriptos estaban muy nerviosos y con cara de culpa. Los cabos al mando, en cambio, se mostraban duros y brutales, ¿era una máscara?. A partir de entonces evité toda calle de importancia y tan pronto veía una patrulla doblaba en la primera esquina y me alejaba.

Cuando ya había dejado a todo el mundo y doblé desde Eleodoro Yañez a Pedro de Valdivia hacia el sur ví, a cierta distancia, a muchos milicos y dos camiones atravesados deteniendo todo paso. Un oficial me hizo señas para que fuera a detenerme a donde él estaba, mientras otros uniformados me apuntaban desde la distancia. Mi calle estaba media cuadra antes de llegar a ellos y doblé, tan rápido como pude, me bajé y me sumergí en mi edificio. Estaba en casa.

La tarde y la noche

Vivía en un tercer piso con una muy amplia vista hacia el poniente. Tomé mi mapa de Santiago, lo clave en la mesa de comer en el punto donde se ubicaba mi edificio y lo roté alineándolo con la cumbre del San Cristobal. De ese modo sabía que lo tenía perfectamente bien orientado. Así es como pude estimar, por ejemplo, que los aviones que estaban picando y disparando, lo hacían contra sitios que estaban en la zona sur de Vicuña Mackena (que llamaban el cordón industrial en aquella época). Eran aviones más anticuados y pequeños que los que había visto sobre La Moneda. No había estelas de cohetes, de modo que sospecho que disparaban con ametralladoras de ala. Había ruido de disparos desde diversas direcciones y también se escuchaba una que otra explosión más fuerte de vez en cuando.

En algún momento de la noche comenzó una balacera que, por su intensidad y cercanía, pensé que era en la base de mi propio edificio. Sólo cuando me acerqué muy agachado a la ventana pude darme cuenta que estaban muy cerca pero al sur de mi edificio. Posiblemente era en una residencia que tenía la embajada de Cuba, en una pequeña calle lateral. Era allí donde, a mi llegada, había visto esos camiones atravesados.

Esa noche fui despertado por los gritos de mis vecinos, un matrimonio de periodistas de la agencia soviética de noticias Tass. Se los estaban llevando. Tenían un niño y lo que ella más gritaba era algo sobre su niño. A través de la pared común podía sentir carreras y un mueble pesado que se volcó.

Regreso al trabajo

El martes 12 había un cielo azul profundo, lo que me afectó mucho. Hubiese querido que estuviese más nublado que el día anterior. Ningún humano estaba permitido en las calles. Toque de queda de día completo. El primer día que se pudo salir a la calle (¿el 14?) solo se permitió circular por unas tres horas. En la puerta de mi departamento se apareció Marvin, un gringo que estaba en nuestro Departamento de Física. Venía a saber como estaba yo. Marvin era el típico hippy gringo (y físico), desgarbado, mal vestido, con melena y una desordenada y larga barba. Pues ese día estaba con el pelo y barba cuidadosamente recortados, terno azul y corbata. Él era parte de un grupo de gringos que habían venido a vivir el socialismo a la chilena. Usando el teléfono aun no había logrado retomar contacto con casi ninguno de su grupo. No tuvimos mucho rato para conversar pero fue muy refrescante verlo. Me pareció muy tranquilo.

No sé qué día posterior supe por la radio que nuestra facultad iniciaba actividades. Dicen que fue la primera unidad académica del país que lo hacía. Un par de personas me llamaron preguntándome con muchísimo temor qué debían hacer, que eran de militancia política conocida y que los tomarían presos tan pronto llegaran al trabajo. Ya se sabía de miles de detenidos por todos lados. Les aseguré que si los querían tomar los iban a detener en cualquier lado, en particular en su casa, y que lo mejor era presentarse al trabajo. Me ofrecí a que se vinieran conmigo, lo que hicimos. Nadie de la naciente dictadura los esperaba.

Me encerré en mi oficina tratando de concentrarme en mi trabajo. Nuestra secretaria me dijo que había retirado de mi oficina una serie de recortes de prensa que yo tenía. Los había arrojado a una de las hogueras. Angélica vino a preguntarme como estaba y sólo logré decirle que los bidones de agua destilada de su laboratorio ahora tenían agua potable porque pensé que los necesitaríamos para una larga toma.

El ambiente que percibí en mi entorno en esos primeros días en la facultad fue discreto. No supe de celebraciones ni persecuciones internas. Creo que dominó el respeto. Posiblemente influyó, sobre los que habían estado deseando un cambio brusco, que no se pudieron sentir identificados con los métodos brutales y sanguinarios que estaban usando los militares. Es cierto que hubo fiscales (eso fue en diciembre) que nos interrogaron a todos los que habíamos permanecido hasta último momento en la facultad el día del golpe, pero supongo que eso fue una imposición de más arriba y la investigación, hasta donde yo sé, no produjo resultados.

Yo sabía lo muy asustados que estaban muchos acá adentro, de modo que cuando se me notificó que había un libro donde se debía indicar la suma que se donaba para la "reconstrucción nacional" corrí escaleras abajo para estar entre los primeros y en forma muy destacada frente a mi nombre escribí "cero".

En los primeros días de reinicio del trabajo Marvin venía todo el tiempo a mi oficina y me contaba que con sus amigos aun no lograban ubicarlos a todos, que incluso habían estado en hospitales y la morgue. La última vez que lo ví entró a mi oficina con un semblante muy gris. Temblaba de pies a cabeza. Habían finalmente encontrado los cuerpos de dos de sus amigos en la morgue y cuando fueron a informar a su embajada, les dijeron que no esperaran protección alguna y que se fueran del país lo antes posible. Me dejó de regalo una hermosa brújula que usaba cuando hacía montañismo.