Física y Poesía

Retorno Fugaz.

Empecé haciendo clases en la FCFM a los geólogos. Para las distintas especialidades de Ingeniería ya se había creado el plan común de tres años, en donde se repartían los cursos de Física, junto con los de Matemáticas y Química. Los geólogos, en cambio, tenían dos cursos anuales de Física, Física I y Física II, en primer y segundo año. Cuando terminé Física I conseguí convencer al Coordinador Docente de Física que el próximo año, en vez de repetir ese curso con los nuevos alumnos, hacer Física II con los alumnos antiguos. Fue una experiencia interesante y creo que exitosa, que podría contar alguna otra vez. Al terminar ese segundo año el Coordinador me destinó al plan común de ingeniería. Tuve que considerarlo un ascenso. Los geólogos, en ese momento en la Facultad, eran mirados como ayudantes de los ingenieros. Ahora haría clases directamente a los ingenieros en su primer año del plan común. Creo que el curso se llamaba Introducción a la Física. Y era anual, aunque los otros cursos eran semestrales.

Pero a poco andar surgió un problema personal: la noche anterior a esas clases en general dormía mal y despertaba cansado. Un análisis de la situación mostró que esas vísperas no podía evitar preocuparme, con excesivo detalle, de esa clase del día siguiente. Y a pesar que siempre tenía un libro de "no física" en el velador, con un marcador en la página, no alcanzaba a encontrar la línea en que lo iba leyendo cuando me quedaba dormido. Aparentemente la preocupación por la clase continuaba durante el sueño. Había, quizás, un débil sustento experimental para esta explicación: más de una vez había despertado cerca del amanecer con la luz encendida y el libro en el suelo. La solución parecía entonces ser "cambiar de tema antes de quedarse dormido". Pero, ¿cómo lograr quedarse dormido pensando efectivamente en otra cosa? ¿Y en qué?

Una forma posible se vislumbró pocos días después, cuando un señor español bajito y hablador se acercó a ofrecerme en venta, con grandes facilidades de pago, un libro titulado "Libros de Poesía" de Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura 1956. El señor de apellido Villanueva o Villaseñor, no recuerdo exactamente, era vendedor representante de la entonces muy afamada Editorial Aguilar. El texto en cuestión forma parte de la Colección Biblioteca de Premios Nobel de esa editorial y era la tercera edición, 1967. Al examinarlo por primera vez me sobresaltó el hecho que tuviera un prólogo de 54 páginas numeradas en romano, pero la explicación existente al final del mismo me tranquilizó: ese prólogo fue escrito en diciembre de 1956, al concedérsele al autor el premio Nobel, por el mismo compilador de las poesías, que ya tenía armado el libro para enviar a la imprenta. Le pasaría lo que a Voltaire, pensé, con su carta al rey: no tuvo tiempo de hacerlo más corto. La primera edición es de 1957; la segunda de 1958 y apareció poco después de la muerte de Juan Ramón Jiménez ocurrida ese año a la edad de 77 años.

Oí que el Sr. Villaseñor mencionaba a "Platero y yo". Ese relato lo había leído siendo alumno del Liceo de Lebu, muy probablemente en una de las tantas ediciones económicas que editorial Losada de Buenos Aires hizo al comienzo de la década de los 40. Pero no recordaba, y quizás nunca lo supe, del Premio Nobel para Juan Ramón Jiménez. Reconocerlo frente al Sr. Villaseñor habría sido como darle una gratuita y sorpresiva bofetada.

Seguí examinando el libro en silencio. Tenía 1458 páginas, sin contar el prólogo. Las poesías comenzaban con 55 "Sonetos Espirituales": Amor, Amistad, Recojimiento (sic). La idea de adoptar este libro para las noches en que era necesario "cambiar de tema", se fue haciendo cada vez más admisible. Los catorce versos endecasílabos de un soneto parecía un número adecuado de cortas líneas a leer antes de ser vencido por el sueño. Y si esos 55 sonetos no servían para el caso, quedaban aún del orden de 1300 páginas con poemas de muy diversas métricas y longitudes, descontando las aproximadamente 100 páginas ocupadas por la bibliografía y los diferentes índices. Apremiado porque en pocos minutos más debía realizar una clase de "Identificación y Estructura de Minerales con Rayos X" para los geólogos, me decidí: compré el libro y, obviamente, aún lo tengo.

Habían pasado ya catorce sonetos, porque al comienzo, como tenía que aprender a analizarlos y sobre todo se pretendía crear el hábito [1] de dormirse pensando en el poema, se leían tan seguido como se pudiera. Y para mi sorpresa, la treta parecía funcionar, aunque ninguno de los catorce sonetos me había gustado; me parecían muy artificiosos. Pero, ¿acaso existen los sonetos naturales?

La clase del día siguiente tenía un matiz especial. Se había realizado el primer control programado, igual para todas las secciones paralelas y en la Comisión de Docencia correspondiente se había concluido, del mal resultado en todos los ramos, que los alumnos estudiaban las materias de cada curso sólo entre las fechas de dos controles programados sucesivos.. Por eso, había propuesto a mi curso, quizás muy ingenuamente, que la próxima clase y cada vez que se anunciara, haríamos lo siguiente: al iniciar la clase se resolvería un problema con aplicación directa de la materia de las dos clases anteriores. El alumno que saliera a la pizarra sería elegido entre voluntarios a participar, quienes deberían ayudar al elegido y hacer comentarios cuando fuera pertinente. Y sin calificaciones o notas.

Parecía que se había pensado en todo lo importante. El problema a resolver y sus posibles variantes. La materia que veríamos a continuación. Y sobre todo, las precauciones que habría que tomar para no perder tiempo con la modificación introducida al desarrollo de la clase. Sería una buena noche. ¡Vamos al soneto No 15! Hube de levantar la hermosa cinta verde que hacia de marcador y que formaba parte del también verde empaste en plástico imitación cuero y dar vuelta la página. A la vista estaba el primer cuarteto:

¿Cómo era, Dios mío, cómo era?
– ¡Oh!, corazón falaz, mente indecisa! –
¿Era como el pasaje de la brisa?
¿Cómo la huída de la primavera?

¡Este cuarteto era promisorio! Por lo menos fluía sin dificultad, a pesar de la abundancia de signos. Y sonaba bien. Lo leí varias veces. Corazón falaz, de falacia. Corazón embustero, quizás. ¿De quién era ese corazón y esa mente? De la persona que trataba, me parecía que desesperadamente, de recordar como era ella, por supuesto. El significado del segundo cuarteto dependía de lo que fuese un estival vilano. Estival, de estío, verano. ¿No se llama vilano a la semilla del cardo? Podría ser el nombre genérico de las semillas que se dejan transportar por el aire. Eso estaría de acuerdo con los adjetivos leve y ligera y también con voluble, por los cambios de dirección que sufren esas semillas al ser movidas por el viento o la brisa... Primavera de junio..., en el hemisferio norte..., primavera boreal..., abril, mayo, junio..., al terminar la primavera...

Esta vez alcancé a cerrar el libro y apagar la luz.

La clase del día siguiente se inició con puntualidad, como era costumbre: Tenemos un compromiso, ¿dónde están los voluntarios? Silencio. Cabezas gachas. Como en cámara lenta, como si les diera vergüenza, tres brazos se levantaron. Dos varones y una dama. Hoy día no recuerdo cuantas mujeres había en el curso. Sólo recuerdo a ella, la voluntaria. Me parece poco probable que hubiese sólo una, pero no es imposible. La escuela asignaba los alumnos de primer año a cada sección cortando la lista alfabética según la capacidad de la sala asignada a cada profesor. Desde el segundo año los alumnos elegían al profesor cuando había más de una sección y se respetaba su elección de acuerdo al puntaje de cursos aprobados de cada uno, hasta donde lo permitiera la capacidad de la sala.

No recuerdo si pronuncié o sólo pensé en aquella anticuada máxima que dice "entre dama y caballero, lo primero es lo primero", para invitarla a ella a pasar a la pizarra. Para acercarse al pizarrón había que subir a una pequeña tarima o entablado (la palabra estrado quedaba ciertamente grande). En un profundo silencio y bajo la inquisitoria y escrutadora mirada de los alumnos, ella salió de la fila de pequeñas butacas en que estaba sentada, avanzó por el costado sur de la sala paralelo a la ventana, subió el peldaño a la tarima y se colocó de perfil al costado izquierdo de la pizarra. A través de los vidrios de la ventana se veía el suave movimiento de las copas de los árboles del parque O'Higgins, que quizás aun no había comenzado a dejar de ser el parque Cousiño.

Dicté calmadamente el enunciado del problema. Todos los alumnos debían entenderlo y anotarlo. Pensé dejar transcurrir un par de minutos de tranquilidad para la alumna en la pizarra y me acercaba al borde de la tarima para decirle al resto del curso que ellos también debían atacar el problema individualmente, cuando algo inesperado ocurrió: desde la pizarra provino la exclamación ¡Dios mío!, ¿cómo era? No es que ella hubiese gritado, pero en el extraordinario silencio que había en la sala, su corto susurro se hizo audible para todos. Y yo, que ya estaba al borde del entablado, abrí la boca para decir lo que había pensado decir, pero en vez de eso salió, pausadamente y con buena dicción, el primer cuarteto del soneto 15. Después de la palabra primavera hubo todavía una fracción de silencio, como si estuviesen esperando una posible continuación. Y luego un cerrado y estruendoso aplauso.

Por las risas y sonrisas en cara de los alumnos y sobre todo al ver que un alumno de primera fila repetía con regocijo "¡corazón falaz!" como si esta fuera la máxima expresión de la comicidad o del sarcasmo, empecé a sospechar lo que había sucedido. Sí, eso fue lo que entendieron: la alumna en la pizarra lanza una débil y seguramente involuntaria exclamación y el profesor remeda su expresión, le dice que su corazón es falaz y su mente indecisa; en lugar de ayudarla diciéndole que empiece por aplicar conservación de la energía, le sugiere "cosas na'que ver", como pasaje de la brisa o huida de la primavera. ¡Y ella ahí sola frente a la pizarra!

Intenté una explicación, pero resultó extremadamente complicada y confusa: ni el nombre del autor, ni Platero y yo, ni el premio Nobel de literatura sirvieron de algo o resultaron conocidos. La verdad es que hasta ahora no entiendo por qué entró a circular el cuarteto: calificarlo de fenómeno de inducción no ayuda mucho. Tuve que apelar bruscamente a la autoridad: ¡silencio por favor! Ahora veamos el problema. Y el problema fue bien resuelto por ella y su explicación al curso fue más que satisfactoria; uno de los varones voluntarios hizo un interesante comentario y el otro, un aporte a la generalización del problema. Y ella regresó a su asiento con los agradecimientos del profesor y un caluroso aplauso del curso. Siempre he creído que este incidente o accidente fue beneficioso: hizo mucho más fluida mi relación con esos alumnos.

También marcó el fin de los Sonetos Espirituales. No pude seguir leyéndolos en orden y de hecho sólo leía los poemas a "vuelo de pájaro" con la esperanza de encontrar alguno que realmente me gustase. Allá por la página 838 apareció "Desvelo", un poema de versos libres o sueltos que no tienen ni siquiera el mismo número de sílabas y que me impresionó favorablemente [2]. Creo que después de ese poema abandoné este libro o quizás fue al fin de este curso que estábamos comentando.

¡Y pasaron los años! Pasaron, pero no los conté. Una fría tarde de fines de marzo o comienzos de abril hubo una reunión en el auditorio de IDIEM. Los invitados eran los padres y apoderados de los nuevos alumnos de primer año que habian iniciado actividades un par de semanas antes y los profesores que les harían las clases en seis secciones paralelas, si no recuerdo mal. Un acto de acercamiento de padres y apoderados a la Escuela de Ingeniería, antecesor del "Open Day" que se celebra con tanto éxito ahora al inicio del año escolar, cuando ellos recorren los Laboratorios, Salas de Clase y otras dependencias de la Facultad. En esa ocación debe haber habido un discurso del Decano y otro del Director de la Escuela.

Al terminar la reunión, cerca de las 21 horas, al salir de la fila de butacas hacia el pasillo sur del auditorio, vi venir hacia mí a ella, la alumna que estuvo en el pizarrón durante la huida del cuarteto. A pesar de no haberla visto desde que terminó ese curso conmigo la reconocí de inmediato. No había cambiado mucho, pero ahora venía enfundada en un elegante y vistoso abrigo de pieles que presumí sintéticas. "Profesor Wittke, me dijo, ¡Qué bueno que lo encuentro! Mi hija acaba de ingresar a ingeniería y yo le he dicho que si tiene un problema serio, acuda a Ud. en busca de consejo. Pero quería que Ud. lo supiese. No le molestaría si ello ocurriese, ¿verdad?" Alcancé a decirle ¡Por cierto que no!, [3] pués ella, apurando el paso y mirando hacia la salida agregó de inmediato: "Mire, allá está mi marido. ¡Vino a buscarme!".

Cuando volvía a casa en mi fiel Renoleta me di cuenta de algo que me pareció curioso: ese maldito primer cuarteto aun estaba presente en mi memoria; pero, ¿cómo seguía ese soneto? Traté inutilmente de recordar, por lo cual al llegar, luego de guardar el auto, me precipité al estante donde se guardaba el libro verde, miré el índice de primeros versos y en la página 26 lo encontré. Había un número y un título: 15 Retorno Fugaz. (No copio el primer cuarteto, pués me lo sé de memoria y Ud. lo puede leer más arriba):

Tan leve, tan voluble, tan ligera
cual estival vilano... ¡Sí! Imprecisa
como sonrisa que se pierde en risa...
¡Vana en el aire, igual que una bandera!
.
¡Bandera, sonreír, vilano, alada
primavera de junio, brisa pura! ...
¡Qué loco fue tu carnaval, qué triste!
.
Todo tu cambïar trocóse en nada
¡memoria, ciega abeja de amargura! –
¡No sé cómo eras, yo que sé que fuiste!

Al ver ese signo de diéresis en el comienzo del segundo terceto me dió la fuerte impresión que esa dialefa afeaba todo el soneto. Una sílaba de menos en lugar de las 154 que debian ser: ¡es apenas un 0,65%!, dirán; pero el autor buscaba la belleza, que él en toda su vida identificó con la perfección.

En ese momento sentí hambre y frío y mientras me dirigía a la mesa del comedor y encendía la pequeña estufa eléctrica que había cerca, recordé a ese poeta inglés de la época victoriana, Robert Browning, que seguramente en su casa, sentado cerca de la chimenea, escribió ese largo poema de amor titulado "By the Fire-Side". La estrofa número XXXIX comienza así:

"Oh, the little more, and how much it is!
And the little less, and what worlds away!"

Me habría gustado poder traducir esas dos líneas como:

"¡Oh, el poquito más, y cuánto es!
¡Y el poco menos y qué mundos alejados!"

* * *

[1] La palabra hábito me trae a la memoria un pensamiento atribuido a Blaise Pascal: "Dicen que el hábito es la segunda naturaleza. ¿Quién sabe si la naturaleza es sólo el primer hábito?" He tratado de verificar esta cita, que está tomada de "Matemáticas e Imaginación" de Kasner y Newman, traducido al español y publicado por Librería Hachette S. A., Argentina, en su tercera Edición, 1951. Usando Internet, he encontrado la siguiente cita tomada directamente de los "Pensamientos": "la coutume est une seconde nature qui détruit la premiere. (...) J'ai grand peur que cette nature ne soit elle-méme qu'une première coutume". On doit citer un auter ad litteram.

[2] Aquí está Desvelo, por si queréis leerlo:

Se va la noche, negro toro
–plena carne de luto, de espanto y de misterio–,
que ha bramado terrible, inmensamente,
al temor sudoroso de todos los caídos;
y el día viene, niño fresco,
pidiendo confianza, amor y risa
–niño que, allá muy lejos,
en los arcanos donde
se encuentran los comienzos con los fines,
ha jugado un momento,
por no sé qué pradera
de luz y sombra,
con el toro que huía–.

[3] Alcancé a pensarlo, pero no a decirlo: "Pero no creo que suceda". Pues hoy día cuando su madre habla de algunos de sus profesores, la está dando, si no la definición, al menos un buen ejemplo de lo que su hija entiende por obsolescencia.

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